Esta semana ha terminado, al menos por el momento, el culebrón Sacyr en Repsol, y es que la petrolera ha sacado la chequera y ha puesto 2.572 millones de euros del bolsillo de todos los accionistas de Repsol para dotar de una mayor tranquilidad al valor y evitar así movimientos especulativos.
No dudo que la posibilidad de evitar que el 20% de tu valor esté bailando de un sitio para otro con vistas a venderse al mejor (o menos malo) postor sea bueno. Lo que me causa más inquietud es el sainete que está detrás de todo esto.
Todo empezó en los días de vino y rosas cuando la constructora entró en Repsol tras pedir dinero prestado (en aquellos días el dinero casi se regalaba). Dijo que quería dar tranquilidad y estabilidad y pagar los intereses del préstamo con los dividendos cobrados.
Hasta que un día el ex-presidente de Sacyr quiso no sólo cobrar sino también dirigir y entonces se armó el belén. Alianza con los mexicanos de Pemex para sindicar las acciones, contraataque de la dirección de Antoni Brufau expulsando a los mexicanos del consejo, golpe de mano en Sacyr y perdiendo Del Rivero la presidencia. Vamos para perderse en cualquier momento.
El problema que le veo a todo esto es que al final, los que no tenían un duro se van a ir de rositas después de la que han armado. Y eso no está bien, no se puede poner en peligro el trabajo, el esfuerzo de tantas personas en dos compañías enormes de España sólo por el "quitate tú para ponerme yo". No se pueden pedir más de 5.000 millones de euros sin tener un negocio, una generación de cash detrás que puedan pagar la deuda.
Es una pena pero estos constructores no pueden poner en jaque la vida de las empresas de utilitites más importantes de España con dinero de otros, para luego trocearlas y venderlas al por mayor en lotes. Así lo único que se consigue es malvender este país y que lo poco bueno que tengamos lo perdamos.
A estos Gordon Gekko habría que pararles los pies, de lo contrario ellos se los pararán al país.
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